jueves, 2 de febrero de 2012

Un tren.

Yo.
Y frente a mi un abismo. Un abismo en forma de raíles de ferrocarril. Hace mucho tiempo que por allí pasó el último tren.
Y al otro lado de las vías tú. De pie, quieto, imperturbable. Como yo. Tan inalcanzable como incomprensible es el miedo que tengo de morir arrollada por un tren fantasma.
Nos sostenemos la mirada como en un pulso silencioso.
El tiempo se para en un intenso instante. Pero la distancia que nos separa parece hacerse cada vez más y más grande.
Tengo miedo. Miedo de que se haga insalvable. Miedo a que cuando esté preparada para cruzar esa vía tú ya no estés allí.
Y sigo allí, clavada. Mirándote a los ojos. Esperando.
Y entonces te das la vuelta. Echas a andar, despacio. Podría alcanzarte fácilmente. Avanzas con pasos cortos, lentos. Podría alcanzarte. Pero me quedo donde estoy. Viéndote marchar. Echándote de menos incluso antes de perderte de vista. Y las lágrimas empiezan a recorrer mis mejillas. Intento gritar, pero en ese preciso instante pasa un tren. A toda velocidad. Mueve el viento a mi alrededor y ahoga mi voz entre cientos de decibelios de sonido metálico.
Y se va como ha venido. Desapareciendo en el horizonte.

Como tú.

2 comentarios:

  1. Una pasada, como todo lo que escribes y he leído tuyo desde que nos conocemos :)

    ResponderEliminar
  2. ...y el tren se llevó todas esas cosas que te hubiera gritado.

    Buenas entrada!

    ResponderEliminar