sábado, 19 de noviembre de 2011

Ceniza entre los dedos I.

Metí primera y fui soltando el embrague poco a poco mientras aceleraba progresivamente. El nuevo Mini se puso en marcha suavemente y avanzó unos pocos metros sobre el asfalto de la carretera. La sonrisa se dibujó en mi cara y miré a mi padre radiante de felicidad.

-Gracias, papá. Va como la seda. Me encanta.

Apagué el motor y eché el freno de mano.

Mi padre sonrió satisfecho. Miré por el retrovisor buscando la aprobación de Gonzalo, quien me la concedió a través del pequeño espejito en forma de sonrisa. Qué sonrisa tan bonita tenía.

-Bien, pues ya es tuyo, Susi –interrumpió mi padre-. Puedes sacarlo a pasear cuando quieras. Ahora, desbloquea las puertas, que tengo que seguir trabajando.

Dicho y hecho. Apreté el botón que quitaba la seguridad de las puertas y mi padre se bajó del coche a la vez que Gonzalo, quien ocupó el asiento delantero.

Antes de marcharse de nuevo a casa, papá volvió a acercarse al coche, parecía que había olvidado algo. Bajé la ventanilla de inmediato.

-Ten cuidado y no llegues tarde a cenar, ¿me has oído, Susana? Mañana tienes que madrugar –dijo severamente.

-Claro, papá. Sólo voy a llevar a casa a Gonzalo y vuelvo.

Por fin cruzó la verja que bordeaba la parcela y salvó la distancia que le separaba de la puerta de la casa. Por fin me quedé a solas con Gonzalo.

-¿Has visto qué monada? –pregunté radiante.

Lo cierto es que, con la emoción del momento, apenas me había dado tiempo a fijarme en los detalles de mi nuevo coche. Era un regalo de papá por haberme sacado el carné de conducir durante el verano y me venía perfecto para ir y volver de la universidad, la cual empezaba al día siguiente. El Mini era blanco roto, de un tono crema y el techo era negro, al igual que los retrovisores; por dentro, estaba todo tapizado con cuero negro. Olía a nuevo, a esperanza y a cambios. No en vano, una nueva temporada iba a empezar en mi vida... La universidad. Se decía pronto.

-Es una maravilla... pero... ¿qué tal si lo pones en marcha? –Las palabras de mi novio me devolvieron a la realidad.

Volví a encenderlo, sintonicé Europa FM en el preciso momento que empezaba ‘Mr. Jones’. Esa canción me transmitía muy buenas vibraciones. No dejaba de sonreír. Y, entre sonrisa y sonrisa, nos pusimos en marcha en dirección a casa de Gonzalo.

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